MELPÓNEME Y LA PESTE

La primera acepción de la RAE para teatro es: “Edificio o sitio destinado a la representación de obras dramáticas o a otros espectáculos propios de la escena”. Ortega y Gasset arranca de esta definición para entregarnos su idea del teatro. El theatron griego, el lugar en que se mira, como oposición al “odeón”, el lugar donde se escucha. Luego dice que este edificio tiene dos lóbulos: el uno destinado a los actores, los farsantes; el otro, al público, “los que se dejan farsear”. Pues, aquel que no quiera dejarse engañar por el arte del teatro mejor hará quedándose en casa.

Pero, caramba, si eso es exactamente lo que estamos haciendo ahora: ¡quedándonos en casa! Le falta entonces al teatro uno de sus lóbulos. Será un incompleto cerebro que como tal no podrá tener vida.

Shakespeare sufrió al menos tres pestes en su vida. La más conocida es la de 1606. Los teatros se cerraron —ya se ve que aquello de la distancia social era conocido desde antaño— y, mientras sus compañeros se iban de gira en su pageant wagon, un carromato que era habilitado como escenario, lejos de Londres, el poeta se encerró en la capital inglesa y dio a luz nada menos que al Rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra. Aplacada la peste, las maravillosas tragedias pudieron ser estrenadas ante un público ansioso de teatro.

¿Qué harían hoy los actores de The King´s Men? No pueden partir a provincia para continuar con sus representaciones ¿Intentarían entregar su arte por los prodigiosos métodos de comunicación con los que hoy contamos? Hubo un tiempo en nuestra TV —argüirán algunos— en que se “pasaba” teatro por la pantalla y con singular éxito. Sí. Comedias o farsas adaptadas a un formato televisivo. Pero, intentemos dar Lear, Casa de muñecas, El jardín de los cerezos, El círculo de tiza caucasiano, por televisión o por internet. Se puede. Se ha hecho. Es, sin embargo, un espectáculo falto de vida, porque sin ese “lóbulo”, sin ese público que reacciona, se emociona, ríe, se horroriza o, en un último término, se aburre, no hay verdadero teatro. Hacer teatro es hacer el amor: se necesitan cuerpos palpitantes.

Habrá quizás una nueva modalidad, un arte a distancia, en que voces y cuerpos y espacios y tiempos se desplieguen en una pantalla. Y habrá seguramente cosas bellas. Arte que nos hable de nuestros corazones y nuestra humanidad. Será un nuevo Arte. Un Arte de los tiempos. Pero no será teatro y me temo que tampoco danza, ni ninguna otra arte escénica. El teatro deberá aguardar. Quizás haya un nuevo Shakespeare preñado de nuevos Reyes Lear, Antonios y Cleopatras, esperando para darlos a luz en una luminosa ceremonia de reencuentro.

EL ARTE EN TIEMPOS DE LA PESTE

“Lo que el alma hace por su cuerpo es lo que el artista hace por su pueblo.”

Atribuido a G. Mistral

Un buen hombre encontró por la mañana de un día cualquiera un mendigo y compadeciéndose del pobre le dio dos monedas. Por la tarde, volvió a encontrar al mendigo y picado de la curiosidad le preguntó en qué había gastado las dos monedas.

—Con una compré un pan —respondió el mendigo— con la otra una rosa.

—¿Por qué hiciste eso?— preguntó sorprendido el hombre.

—Compré el pan para poder vivir y la rosa para tener por qué vivir.

Albert Camus, termina así su novela La peste:

Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las valijas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa.

Así es. Camus hace, a través de la peste, una metáfora del mal que asecha a la sociedad humana y nos dice que es necesario, siempre y más aún en tiempos de peste, espíritus alertas, dispuestos a revelar lo humano a través de la Poesía, Poesía no solo de la palabra, sino también del cuerpo, del color y el dibujo, de la arcilla y la piedra y la madera mostrando las formas que en ella se escondían, del sonido que ensancha el espíritu, Poesía que esté atenta a la verdad humana. En un palabra, Arte, más necesario que nunca en la fragilidad del ser humano y de la sociedad en que irremediablemente vive, expuestos a la pestilencia y la muerte.

Mantener la llama viva del Arte en los tiempos de la peste es un imperativo y un deber, que no podemos desconocer sino al precio de perder nuestra humanidad, nuestro altruismo, nuestra filantrópica presencia ante el otro, a ese otro a quien el maestro de Nazaret nos obliga a amar como a ti mismo.

Y el Arte no se hace en un paisaje etéreo. El Arte lo hacen frágiles mujeres y hombres de carne y hueso, que necesitan alimentarse y alimentar a los suyos; que necesitan un techo sobre sus cabezas; ropas y combustible para abrigarse; medicinas y atención de salud.

En estos momentos es cuando más la sociedad debe apoyar a los más débiles de entre los suyos.

Los artistas están entre los más desprotegidos ¿Cuántos de ellos viven sólo de las ventas de sus productos? ¿De talleres irrealizables en estos días? ¿De proyectos y frágiles boletas de honorarios? ¿Cuántos de entre ellos tienen programas de salud?

La combinación de los dos criterios aquí expuestos —irrenunciable necesidad del Arte y fragilidad de sus cultores— hace imprescindible levantar programas de apoyo inmediato a la contingencia del mundo del Arte, para lo cual proponemos algunas medidas de la máxima urgencia que puedan sumarse a otras propuestas en este mismo sentido.

Uno: establecimiento de un subsidio inmediato de apoyo base a los miembros de la comunidad artística.

Dos: implementación inmediata de un fondo concursable, de mínima complejidad burocrática, a través del cual los artistas puedan desarrollar iniciativas artísticas on-line o a través de los medios masivos de información: conciertos, presentaciones de artes escénicas, exposiciones, lecturas, libros digitales, cuenta cuentos, etc. Este fondo debe ser destinado en un 100% al pago de honorarios de los artistas involucrados, salvo que estos destinen voluntariamente parte de lo recibido en producción u operación de su proyecto.

Tres: implementación de un fondo concursable destinado a la docencia artística, que permita a los artistas, a través de los medios antes señalados,  dictar cursos, jornadas, charlas interactivas, etc. sobre aspectos de la Historia del Arte, Arte contemporáneo, perfiles de artistas (ojalá locales), técnicas artísticas, etc.

La rendición de estos fondos concursables debe ser solo a través de la presentación del producto comprometido y de una o más boletas de honorarios.

El Arte siempre es necesario; el Arte en los tiempos de la peste es imprescindible.