LOS CIEGOS

SER CIEGO

Salgo a nuestro pequeño jardín. Una rosa amarilla despliega su belleza al sol primaveral y pareciera que la misma estrella se vuelve vegetal para nuestro regocijo. Hay un algo sin embargo que me abruma en el mismo instante: al menos uno de mis compatriotas, un joven, no podrá disfrutar la vista del sol en el jardín y centenares de otros verán —literalmente— mutilada su capacidad de ver en plenitud.Ser ciego. Todos los que no lo somos, alguna vez hemos pensado en ese misterio. ¿Cómo será el no ver el mundo? ¿Cómo será el no ver esa rosa en tu jardín? ¿Ese crepúsculo a orillas del mar? ¿Esa vía láctea extendiéndose en esta tibia noche de primavera?
Manejamos en palabras muchos lugares comunes relacionadas con el “ver el mundo”: “Tiene buen ojo; ojo, pestaña y ceja; sóplame este ojito; me costó un ojo de la cara; ojo al charqui”.
La literatura tiene desde su alborada occidental a un ciego casi divino: Homero, el aeda. El poeta que canta la cólera del pélida Aquiles y las vicisitudes del retorno a Ítaca de Ulises. Y está luego Tiresias, el adivino que profetiza el trágico destino de Edipo, Antígona, Creonte y Penteo, que no solo a ellos alcanza, sino también a sus linajes. El profeta ciego; el que ve más allá de la luz. Edipo se arranca los ojos con el prendedor de la túnica de su madre y esposa Yocasta, antes de su exilio mendicante. Para empezar a realmente ver.
“Solo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”, dice El zorro al Principito.
Hay muchos otros personajes literarios, desde al malvado ciego del Lazarillo de Tormes hasta la multitud conspirativa del Informe sobre ciegos de Sábato.
Me quiero referir, porque creo que viene a reflejar nuestra sociedad en esta primavera de 2019, a una trilogía de Maurice Maeterlinck, referida a la ceguera de uno u otro modo, escrita entre 1890 y 1895 y formada por las obras La intrusa, Interior y Los ciegos. Esta última tiene una sencilla anécdota: los ciegos de un hospicio son llevados de paseo a un bosque por un anciano sacerdote que los cuida; el sacerdote muere y los ciegos no saben cómo volver a su hogar. Nadie ha previsto la situación y los ciegos desconcertados no saben que hacer: tomar un rumbo con el peligro de extraviarse aún más o quedarse en el lugar esperando un rescate que no saben si llegará a tiempo.
La analogía con nuestros detentores del poder es casi pedestre. Nuestros ciegos eligieron a uno de entre ellos como su líder y ¡vaya que lo ha sido! Ha sido el más ciego de entre los ciegos y no quiere moverse del bosque, más que unos tímidos pasitos de aquí para allá como un bailarín sin arte ni gracia. Hay un elemento que Maeterlinck no consideró en su obra: el bosque se está incendiando.
Quiero terminar esta reflexión con una esperanza. Venida también de la literatura. Así como Miguel Strogoff salvó su vista por las lágrimas que en el suplicio le trajo la memoria de su madre, esperemos que los ojos de Gustavo y de tantos otros sean salvos por las lágrimas que en todo Chile derramamos por ellos.

Un comentario en “LOS CIEGOS

  1. Augusto dijo:

    Excelente, mi antiguo amigo.
    Por mi parte, luego de 50 años de poesía, ahora soy letrista de mi amigo músico Jimmy Bascuñán. En tres años y medio tenemos más de 30 canciones.
    Busca en YouTube «Voces del Caleuche» un álbum con nuestras primeras canciones

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