En el Julio César de Shakespeare, el poeta Cina es confundido por la muchedumbre enardecida con Cina el conspirador, uno de los asesinos de César. “Soy Cina el poeta” alega aterrado. “Desgarradle por sus malos versos”, dice uno de los ciudadanos. “No soy Cina el conspirador”, clama desesperado. “No importa”, dice otro ciudadano, “se llama Cina”. La muchedumbre está enajenada. Cada ciudadano está ajeno. De sí mismo. Cada uno ha perdido la noción de que puede haber dos personas con el mismo nombre y que no tengan nada que ver la una con la otra. Seguir leyendo