LA SIERRA ASERRADA

En mi niñez, allá por los años antes del terremoto —así como la historia universal hay un a.c. y d.c., los valdivianos tenemos un a.t. y d.t.— vivida intensamente en la casona de Aníbal Pinto 1070, había tres almuerzos que me encantaban particularmente: el chupe’e queso, los panqueques de papa con mazamorra de manzanas y la sierra desmenuzada ¿En qué consiste?

Hablemos antes dos palabras de la sierra. Es el pescado típico de Valdivia, como lo es la “pesca” en otras latitudes. Medía una sierra en aquel entonces un metro, centímetros más, centímetros menos, y costaba un peso.

Recuerdo a mi Tata llegando a casa con una sierra al hombro. Debía medir al menos un metro y medio. Escandalizada, mi mamá le dice: —Reinaldo, pero cómo pasaste por todo el centro con ese animal al hombro.

—Y el apellido sigue ahí mismo— respondió mi Tata, continuando orondo su camino a la cocina.

Bueno, vamos a la receta. Una vez manducado —nunca, nunca completamente— uno de esos bellos animales, que había sido asado a punto en su cama de cebollas con ajo, mantequilla abundante, cilantro (bueno, pero no tanto) y unas gototas de vino blanco, se guardaban los restos para el día siguiente y se procedía de este modo:

la carne de la sierra se desmenuza retirando todas las espinas. Esta carne se aliña con cebolla y cilantro, finamente picados; pizquita de sal, un poco de aceite de oliva y mayonesa casera. En ese tiempo, creo que ni siquiera existía la mayonesa industrial. Una vez bien mezclados los ingredientes, se disponían un par de cucharadas —de las antiguas, no esas cucharillas de ahora que apenas son para comer postre— de la pasta de sierra y embelecos sobre unas grandes hojas de lechuga levemente aliñada y un pocillo con ají verde picadito “al aguaite”… y:

¡El cielo quedaba y queda al alcance de la mano!

LA MUERTE DEL EGO CORONADO

Había comenzado a reflexionar sobre el momento histórico que vivimos, rebuscando en la vieja sabiduría la íntima contradicción del ser, de todo ser, incluido, aunque parezca evidente, nuestro propio ser. Recalco esto porque pareciera de pronto que consideramos nuestro propio ser tan importante que lo sentimos separado del resto, en un pedestal erigido en medio del universo.

 “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra” (Génesis, I, 26). Ideología como esta, mal leída desde el mito religioso judío, contamina la falacia total del yo contemporáneo y, aun más, se vuelve absolutamente necesaria para la pervivencia del sistema globalizado que nos rige. “El hombre, soberano de la naturaleza”, debe ser uno de los más letales constructos ideológicos con que se contaminó nuestro existir en el mundo.

Y sabemos, desde hace mucho tiempo, que esto es la gran mentira.

“La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra”, es una frase vuelta pintoresca. Y su mutación en una especie de simpática complacencia, es verdaderamente monstruosa. Pareciera ser una verdad demasiado simple como para tomarla en cuenta.

Conocemos algo de las leyes de la naturaleza. La biología ha tenido en el presente siglo un papel tan preponderante como lo tuvo la física en el pasado. Comprendemos la naturaleza más que nunca en la historia. El problema es ¿para qué la comprendemos? El problema no es epistemológico: es ético. Porque si usamos este conocimiento para ir en contra de las leyes de la naturaleza, nuestro sofisticado saber, no solo valdrá menos que la frase del jefe sioux, será mortalmente falso.

Toda nuestra actual sociedad se basa en la agonía y en el endiosamiento del triunfador. Este rellena no tan solo portadas y pantallas de los medios, sino se incrusta profundamente en nuestra siquis. El triunfador contemporáneo, el hombre surgido por su propio esfuerzo, es nuestro Moisés y nuestro Ulises, nuestro Cresos y nuestro Napoleón ¿Y los perdedores? ¿Cuántos niños hambrientos para un Henry Ford? ¿Cuántos esclavos modernos para un Elon Musk? ¿Cuántas víctimas de la pandemia no pertenecen a los triunfadores? Porque ha quedado en la evidencia más palpable que la muerte no es democrática. Los que mueren son los negros y latinos de Nueva York, los precarios inmigrantes de Europa, los pobres de América Latina.

Esta catástrofe global surge a consecuencias del egoísmo de la especie. Por allí iban mis primeras reflexiones. El dilema actual no es tan complejo: seguimos viviendo en una sociedad del egoísmo y destruyendo el medio ambiente o nos volvemos altruistas y construimos científicamente —la ciencia misma es necesaria y beneficiosa— una sociedad que de cuenta de nuestro cabal respeto a nuestra única casa y a todos los que en ella moran. Debemos hacer la Utopía posible o desaparecer. Nosotros elegimos.

Surge la idea por aquí y por allá —los espíritus razonantes suelen estar en sintonía— que el virus es al hombre como este es a la tierra. Y tal como nosotros lo hacemos, la tierra peleará duramente por su vida. Puede que este mismo instante seamos el peak de la pandemia en la tierra y puede que nuestro huésped necesite desembarazarse de algunos miles de millones de nosotros. O, de todos nosotros.

MELPÓNEME Y LA PESTE

La primera acepción de la RAE para teatro es: “Edificio o sitio destinado a la representación de obras dramáticas o a otros espectáculos propios de la escena”. Ortega y Gasset arranca de esta definición para entregarnos su idea del teatro. El theatron griego, el lugar en que se mira, como oposición al “odeón”, el lugar donde se escucha. Luego dice que este edificio tiene dos lóbulos: el uno destinado a los actores, los farsantes; el otro, al público, “los que se dejan farsear”. Pues, aquel que no quiera dejarse engañar por el arte del teatro mejor hará quedándose en casa.

Pero, caramba, si eso es exactamente lo que estamos haciendo ahora: ¡quedándonos en casa! Le falta entonces al teatro uno de sus lóbulos. Será un incompleto cerebro que como tal no podrá tener vida.

Shakespeare sufrió al menos tres pestes en su vida. La más conocida es la de 1606. Los teatros se cerraron —ya se ve que aquello de la distancia social era conocido desde antaño— y, mientras sus compañeros se iban de gira en su pageant wagon, un carromato que era habilitado como escenario, lejos de Londres, el poeta se encerró en la capital inglesa y dio a luz nada menos que al Rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra. Aplacada la peste, las maravillosas tragedias pudieron ser estrenadas ante un público ansioso de teatro.

¿Qué harían hoy los actores de The King´s Men? No pueden partir a provincia para continuar con sus representaciones ¿Intentarían entregar su arte por los prodigiosos métodos de comunicación con los que hoy contamos? Hubo un tiempo en nuestra TV —argüirán algunos— en que se “pasaba” teatro por la pantalla y con singular éxito. Sí. Comedias o farsas adaptadas a un formato televisivo. Pero, intentemos dar Lear, Casa de muñecas, El jardín de los cerezos, El círculo de tiza caucasiano, por televisión o por internet. Se puede. Se ha hecho. Es, sin embargo, un espectáculo falto de vida, porque sin ese “lóbulo”, sin ese público que reacciona, se emociona, ríe, se horroriza o, en un último término, se aburre, no hay verdadero teatro. Hacer teatro es hacer el amor: se necesitan cuerpos palpitantes.

Habrá quizás una nueva modalidad, un arte a distancia, en que voces y cuerpos y espacios y tiempos se desplieguen en una pantalla. Y habrá seguramente cosas bellas. Arte que nos hable de nuestros corazones y nuestra humanidad. Será un nuevo Arte. Un Arte de los tiempos. Pero no será teatro y me temo que tampoco danza, ni ninguna otra arte escénica. El teatro deberá aguardar. Quizás haya un nuevo Shakespeare preñado de nuevos Reyes Lear, Antonios y Cleopatras, esperando para darlos a luz en una luminosa ceremonia de reencuentro.

EL ARTE EN TIEMPOS DE LA PESTE

“Lo que el alma hace por su cuerpo es lo que el artista hace por su pueblo.”

Atribuido a G. Mistral

Un buen hombre encontró por la mañana de un día cualquiera un mendigo y compadeciéndose del pobre le dio dos monedas. Por la tarde, volvió a encontrar al mendigo y picado de la curiosidad le preguntó en qué había gastado las dos monedas.

—Con una compré un pan —respondió el mendigo— con la otra una rosa.

—¿Por qué hiciste eso?— preguntó sorprendido el hombre.

—Compré el pan para poder vivir y la rosa para tener por qué vivir.

Albert Camus, termina así su novela La peste:

Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las valijas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa.

Así es. Camus hace, a través de la peste, una metáfora del mal que asecha a la sociedad humana y nos dice que es necesario, siempre y más aún en tiempos de peste, espíritus alertas, dispuestos a revelar lo humano a través de la Poesía, Poesía no solo de la palabra, sino también del cuerpo, del color y el dibujo, de la arcilla y la piedra y la madera mostrando las formas que en ella se escondían, del sonido que ensancha el espíritu, Poesía que esté atenta a la verdad humana. En un palabra, Arte, más necesario que nunca en la fragilidad del ser humano y de la sociedad en que irremediablemente vive, expuestos a la pestilencia y la muerte.

Mantener la llama viva del Arte en los tiempos de la peste es un imperativo y un deber, que no podemos desconocer sino al precio de perder nuestra humanidad, nuestro altruismo, nuestra filantrópica presencia ante el otro, a ese otro a quien el maestro de Nazaret nos obliga a amar como a ti mismo.

Y el Arte no se hace en un paisaje etéreo. El Arte lo hacen frágiles mujeres y hombres de carne y hueso, que necesitan alimentarse y alimentar a los suyos; que necesitan un techo sobre sus cabezas; ropas y combustible para abrigarse; medicinas y atención de salud.

En estos momentos es cuando más la sociedad debe apoyar a los más débiles de entre los suyos.

Los artistas están entre los más desprotegidos ¿Cuántos de ellos viven sólo de las ventas de sus productos? ¿De talleres irrealizables en estos días? ¿De proyectos y frágiles boletas de honorarios? ¿Cuántos de entre ellos tienen programas de salud?

La combinación de los dos criterios aquí expuestos —irrenunciable necesidad del Arte y fragilidad de sus cultores— hace imprescindible levantar programas de apoyo inmediato a la contingencia del mundo del Arte, para lo cual proponemos algunas medidas de la máxima urgencia que puedan sumarse a otras propuestas en este mismo sentido.

Uno: establecimiento de un subsidio inmediato de apoyo base a los miembros de la comunidad artística.

Dos: implementación inmediata de un fondo concursable, de mínima complejidad burocrática, a través del cual los artistas puedan desarrollar iniciativas artísticas on-line o a través de los medios masivos de información: conciertos, presentaciones de artes escénicas, exposiciones, lecturas, libros digitales, cuenta cuentos, etc. Este fondo debe ser destinado en un 100% al pago de honorarios de los artistas involucrados, salvo que estos destinen voluntariamente parte de lo recibido en producción u operación de su proyecto.

Tres: implementación de un fondo concursable destinado a la docencia artística, que permita a los artistas, a través de los medios antes señalados,  dictar cursos, jornadas, charlas interactivas, etc. sobre aspectos de la Historia del Arte, Arte contemporáneo, perfiles de artistas (ojalá locales), técnicas artísticas, etc.

La rendición de estos fondos concursables debe ser solo a través de la presentación del producto comprometido y de una o más boletas de honorarios.

El Arte siempre es necesario; el Arte en los tiempos de la peste es imprescindible.

Brevísima antología de la peste

BREVÍSIMA ANTOLOGÍA DE LA PESTE

         En tiempos de peste vienen a cada uno géneros no habituales de pensamiento. Los humores pestíferos invaden el ambiente, no con su nauseabunda presencia como antaño, sino emanando de los medios de información y su omnímoda presencia. Diarios digitales, televisión, radio, internet, nos invaden de noticias, opiniones —pocas veces sabias; a menudo, de las otras— y mágicas soluciones. Imagino que cada cual, en su interior, afronta la peste con las limitadas herramientas que ha juntado durante toda su vida y guarda en una cajuela olvidada en un rincón de su psiquis y que ahora se viene a uno. Sin buscarla quizás.

         Hombre de libros, mi caja de herramientas se abrió, evidentemente, por el lado de la literatura. Recordé libros preñados de peste. Releí algunos. Escarbé en otros y pensé hacer esta pequeña antología, para solaz de unos y desesperación de otros. Porque en la peste, si bien la mayoría clamó auxilio a los dioses, no faltó quienes asumieron un epicureísmo, que, aunque bruto, no dejó de cantar a la vida. Un par de dichos muy nuestros pueden resumir la filosofía de estos últimos: “A gozar, a gozar, que el mundo se va a acabar”. O, como dice El Salustio, maravilloso personaje del gran Alfonso Alcalde: “Porque igual nos vamoh a morir ¿cierto?”

         Casi no necesito aclarar que esta breve antología es incompleta ¿Quién puede haberlo leído todo? (Aparte de Borges y Mircea Eliade, claro). Pero confío que, al menos, la selección será representativa. Y abierta: así cada uno podrá agregar sus pestíferos aportes. La invitación está cursada. Dicho esto, vamos a ello.

         Vale.

EL VIEJO TESTAMENTO

Éxodo, 9, 8 a 12.

Yahvé dijo a Moisés y a Arón: “Coged un puñado de ceniza del horno y que la tire Moisés hacia el cielo a la vista del Faraón, para que se convierta en un polvo fino sobre toda la tierra de Egipto y produzca en toda la tierra de Egipto a hombres y animales pústulas eruptivas y tumores”. Cogieron las cenizas del horno y se presentaron al Faraón. Moisés la tiro hacia el cielo y se produjeron pústulas y tumores en los hombres y los ganados. Los Magos no pudieron continuar en presencia de Moisés, porque les salieron tumores como a todos los egipcios. Y Yahvé endureció el corazón del Faraón que no escuchó a Moisés y Arón, como Yahvé se lo había dicho a Moisés.

Éxodo, 12, 29 a 32.

En medio de la noche, mató Yahvé a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde el primogénito del Faraón, que se sienta sobre el trono, hasta el primogénito del preso en la cárcel y a todos los primogénitos de los animales. El Faraón se levantó de noche, él, todos sus servidores y todos los egipcios y resonó en Egipto un gran clamor, pues no había casa donde no hubiera un muerto. Aquella noche llamó el Faraón a Moisés y Aarón y les dijo: “ Id, salid de en medio de nosotros, vosotros y los hijos de Israel e id a sacrificar a Yahvé cómo habéis dicho. Llevad vuestras ovejas y vuestros bueyes cómo habéis pedido; idos y dejadme”.

ILÍADA

Canto I

 Así hablo en su plegaria, y Febo Apolo le escuchó

y descendió de las cumbres del Olimpo, airado en su corazón,

con el arco en los hombros y la aljaba, tapada de ambos lados.

Resonaron las flechas sobre los hombros del Dios irritado

al ponerse en movimiento e iba semejante a la noche.

Luego se sentó lejos de las naves y arrojó con tino una saeta;

y un terrible chasquido salió del argénteo arco.

Primero apuntaba contra las acémilas y los ágiles perros;

mas luego disparaba contra ellos su dardo con asta de pino

y acertaba; y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres.

EDIPO REY

Prólogo.

Sacerdote:

Como tú lo estás viendo, padece la ciudad

horrísona tormenta, hundida su cabeza

en olas de rojiza y espesa sangre nuestra.

Corrómpense en los tallos los frutos de la tierra

y muérense los niños en brazos de sus madres.

Un dios armado en fuego embiste la ciudad.

La acosa con la peste, que asola sin descanso

las casas herederas de Cadmo y de su estirpe.

El mundo de acá arriba se llena de lamentos

y la mansión de Hades repleta está de sombras.

JUAN DE ÉFESO

La peste de Justiniano, llamada así por el Emperador que, curiosamente, sobrevivió a la peste: 542 a fin de siglo en Constantinopla.

Juan de Éfeso cuenta como la gente era afectada por una enfermedad que consistía en la aparición de bubones, ojos sanguinolentos, fiebre y pústulas. Las personas solían morir en dos o tres días, rápidamente después de un largo periodo de confusión mental. La peste dejó asoladas y sin habitantes diversas partes del Imperio, atacando por igual a ricos y pobres, y dejando villas, pueblos y ciudades sin habitantes. El principal problema en la capital eran los cuerpos sin enterrar de las personas que se morían en las calles, en las iglesias… Las respuestas de las autoridades imperiales ante estos hechos consistieron en llenar barcos de cadáveres y lanzarlos al mar. Después, el emperador Justiniano decidió disponer grandes fosas comunes para depositar los cadáveres al otro lado del mar en las afueras de la ciudad, en el norte, al otro lado del Cuerno de Oro.

LAS MIL Y UNA NOCHES

Hay en Las mil y una noches un maravilloso cuento titulado:

Historia de los artificios de Dalila-la-taimada y de su hija Zeinab-la-embustera con Ahmad-la-tiña, Hassan-la-peste y Alí-azogue.

DECAMERÓN

Primera jornada

Introducción

Digo pues, que en el año 1348 de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegó una mortífera pestilencia a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las italianas. Producida por influencia de los astros o enviada a los mortales por la justa ira de Dios para corrección de nuestras iniquidades, se había iniciado unos años antes en Oriente arrebató innumerable cantidad de vidas y, sin asentarse un solo lugar, se extendió continuamente hasta que por desgracia, llegó a Occidente.

Parecía que ante esta enfermedad nada valían y aprovechaban los consejos de los médicos y las virtudes de las medicinas; más aún, fuese porque la naturaleza del mal no lo sufriese, ya porque la ignorancia de quienes lo medicaban (cuyo número había aumentado enormemente pues a los sabios se habían añadido hombres y mujeres que nunca habían estudiado la medicina) nada sabía de sus causas y, por consiguiente, no podía ponerle remedio, el caso es que muy pocos sonaban y casi todos, al tercer día aparecen los síntomas, quien antes, quién después, morían sin que la mayoría tuviera fiebre u otro accidente. Esta pestilencia tuvo tanta más fuerza, porque se propagaba de las personas enfermas a las sanas con la misma prontitud con que se propaga el fuego a las cosas secas o engrasadas que a su vera se encuentran. Y aún hubo más, pues no solo hablar o el tener trato con los enfermos contagiaba a los sanos y les causa la muerte, sino también al tocar las ropas o cualquier otra cosa tocada o utilizada por los apestados parecía transportar tal enfermedad hasta que la tocaba.

(…)

Era tan grande la multitud de cuerpos que todos los días y casi a todas las horas llevaban a las iglesias que, no bastando para sepultarlos la tierra sagrada, y mayormente si se quería dar a cada uno su propio lugar, según la antigua costumbre, se hacían en los cementerios de las iglesias, pues todo estaba lleno, fosas grandísimas donde se metían a centenares los cadáveres: una vez amontonados estos, como se estiban las mercancías en las naves, se recubrían con un poco de tierra hasta que se llegaba a lo alto de la fosa.

(…)

(…) entre los meses de marzo y julio se da por seguro que perdieron la vida dentro de las murallas de Florencia más de cien mil criaturas humanas, unas por la fuerza de la pestífera enfermedad y otras por verse mal cuidadas y abandonadas a causa del miedo que tenían los sanos. (…) ¡Cuántos hombres ilustres, cuántas bellas mujeres, cuántos jóvenes gallardos, a quienes Galeno, Hipócrates o Esculapio hubieran juzgado sanísimos, almorzaron por la mañana con sus parientes, compañeros y amigos, y cenaron por la noche con sus antepasados, en el otro mundo!

MAESE PATHELIN

Acto III, escena III

El Pastor.—

Primero le contaré

la historia tal como fue. El que hizo la denuncia

es mi patrón, para quién yo pastoreo corderos.

Si la acoge el señor juez, me colgarán por el cuello…

Yo acariciaba corderos con un pesado garrote

y a causa de mis caricias morían los pobrecitos.

Cuando llegaba el patrón le echaba culpa… a la peste

y él me mandó enterrarlos para evitar el contagio.

Yo, claro, los enterraba… sacándoles antes toda

la carne que negociaba con un carnicero amigo.

Tanto fue el cántaro al agua que un buen día se quebró.

Mi patrón entró en sospechas y haciendo averiguaciones…

ARMA BACTERIOLÓGICA

Los mongoles llegaron al Mar Negro trayendo la peste, y una de sus tácticas para atacar a los italianos era catapultar sus cadáveres infectados, ‘bombardeando’ a sus enemigos.

MÁS GRÁFICO, DÓNDE…

A causa de una corrupción de su aliento, todos los que se hablaban mezclados unos con otros se infectaban uno a otro. El cuerpo parecía entonces sacudido casi entero y como dislocado por el dolor. De este dolor, de esta sacudida, de esta corrupción del aliento nacía en la pierna o en el brazo una pústula de la forma de una lenteja. Ésta impregnaba y penetraba tan completamente el cuerpo que se veía acometido por violentos esputos de sangre. Las expectoraciones duraban tres días continuos y se morían a pesar de cualquier cuidado.

SAN SEBASTIÁN

El santo había muerto atravesado por las flechas. Las gentes que morían por la peste parecían ser abatidas por las flechas de la ira de Dios, por eso se creía, y de hecho se fomentó, que rindiendo culto a este santo la peste dejaría de mortificar a los que caían bajo los flechazos inmisericordes.

María Luisa Bueno

En lenguaje periodístico:

UN DANTESCO ESCENARIO

Confusión de los muertos, de los moribundos, del mal y de los gritos, los aullidos, o el espanto, el dolor, las angustias, los miedos, la crueldad, los robos, los gestos de desesperación, las lágrimas, las llamadas, la pobreza, la miseria, el hambre, la sed, la soledad, las cárceles, las amenazas, los castigos, los lazaretos, los ungüentos, las operaciones, los bubones, los carbuncos, las sospechas, los desmayos.

Fra Benedetto Ciquanta

DOS DANZAS DE LA MUERTE

Yo soy quien mi nombre temen

Quantos memoran mi nombre,

Desde la más baxa tierra

Hasta las más altas torres,

Yo soy el que nadi esenta

De mis amargas pasiones,

A todos los hago iguales,

A los grandes y menores,

Desde el labrador más baxo

Al emperador más noble

Y donde el más alto Rey

A los más baxos pastores.

…………………………………………..

No quiero treguas con nadi,

Jamás escucho razones;

De ninguno soy amigo

A todos tanto de un orden;

Azarael me apellidan

Malac al marti es mi nombre;

Quien nunca tenmió, y le temen

Todas las generaciones.

Tales fuemos como sos

Tales sereis como nos.

Pues conmigo entrareis en la danza

Perdedores del mundo la esperanza.

En este guiador todos pensareis

Pues en el mundo poco estareys.

Fuerte la nuestra suerte

Que a todos nos lleva la muerte

LES PARECE CONOCIDO…

Detención de las actividades familiares, silencio de la ciudad, soledad en la enfermedad, anonimato en la muerte, abolición de los ritos colectivos de alegría y tristeza: todas estas rupturas brutales con las costumbres cotidianas iban acompañadas de una imposibilidad radical para concebir proyectos de futuro, ya que a partir de entonces la ‘iniciativa’ pertenecía completamente a la peste.

Jean Delumeau

BAJA A MORIR CONMIGO HERMANO

Los efectos de las enfermedades infecciosas para las que hablan adquirido cierto grado de inmunidad los españoles, sobre una población virgen inmunológicamente como la indígena americana fueron desastrosos.

En la isla de Santo Domingo, de una población estimada en 1493 en más

de 3.770.000, para 1518 apenas si quedaban 15.600 y de éstos, después de

la introducción de la viruela aquel año, apenas si se contaban 125 aborígenes de los cerca de cuatro millones que hubo en la isla. La población

aborigen de México en 1519, en el momento de iniciarse la conquista por

Hernán Cortés, se ha estimado en algo más de 25.000.000 de indígenas

y para 1605 habla descendido hasta l.075.00, aunque progresivamente

fue recuperándose hasta alcanzar su nivel original al finalizar el período

colonial. Los datos sobre Perú son fragmentarios, pero se ha estimado que

la población aborigen de Perú en 1532 era de unos 6,000.000 de indígenas y para 1628 sólo se contaban 1.090.000. Los censos del Virreinato del

Nuevo Reino de Granada son así mismo incompletos, aunque las cifras

de los quimbayas en el Valle del Cauca indican que de una población de

60.000 indígenas en 1539 sólo quedaban, para 1628, 69 individuos. Datos

muy similares aparecen en otras áreas, como en la isla de Puná frente a

la desembocadura del Guayas, donde la población indígena desapareció

en pocos años como consecuencia de las epidemias.

Francisco Guerra

EPIDEMIA DE BAILE

Los hechos se iniciaron a mediados de julio de 1518 cuando una mujer comenzó a bailar fervorosamente en una calle de Estrasburgo. Este hecho se mantuvo por cuatro a seis días. En una semana se habían unido 34 personas más y en un mes cerca de 400 bailarines. Algunas de estas personas finalmente murieron de ataques al corazón, derrames cerebrales o agotamiento.

Documentos históricos, incluyendo «apuntes de doctores, sermones, crónicas locales y regionales e incluso notas publicadas por el municipio de Estrasburgo» son enfáticas en que las víctimas bailaban.

A medida que la «epidemia» de baile empeoraba, nobles preocupados con lo acontecido buscaron el consejo de médicos locales, quienes descartaron causas astrológicas y sobrenaturales, y en su lugar anunciaron que la epidemia se debía a una enfermedad causada por un aumento en la temperatura de la sangre.

Sin embargo, en vez de prescribir sangrías, las autoridades persuadieron a que la gente continuara bailando, en parte abriendo dos mercados e incluso construyendo un escenario. Lo anterior debido a que creían que, si las personas bailaban día y noche, se mejorarían. Para incrementar la efectividad de la cura, incluso contrataron músicos para mantener a los enfermos bailando.​ Algunos de los bailarines fueron llevados a capillas, donde buscaron la cura de su enfermedad.

EL REY LEAR

Acto II, escena IV

Lear.— Eres un tumor, una úlcera pestífera, un hinchado carbunclo en mi sangre corrompida

LA TRAGEDIA DE ROMEO Y JULIETA

Acto V, escena II

Fray Juan.— Yendo en busca de un hermano de nuestra orden que se hallaba en esta ciudad visitando los enfermos para que me acompañara, y al dar con él los celadores de la ciudad, por sospechas de que ambos habíamos estado en una casa donde reinaba la peste, sellaron las puertas y no nos dejaron salir.

Fray Lorenzo.— ¿Quién llevó entonces mi carta a Romeo?

Fray Juan.—No la pude mandar ni pude hallar mensajero alguno para traerla, tal temor tenían todos a contagiarse.

Fray Lorenzo.— ¡Suerte fatal!

Nota: Tres pestes, la de 1592-1593, la de 1601-1602 y la de 1606-1607, coinciden con cuarentenas y el consiguiente cierre de los teatros londinenses. Durante la primera de ellas, Shakespeare escribe los poemas La violación de Lucrecia y Venus y Adonis; durante la segunda, nada menos que Hamlet; y en la última, Rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra ¡Cuánto de sentimiento de fin de mundo y maldad, hay en cada una de ellas!

EL HOSPITAL DE LOS PODRIDOS

Cito el título de este divertido Entremés, cuya paternidad algunos atribuyen a Cervantes, otros a Lope y otros tantos a un desconocido poeta cómico. En mi modesta opinión, el ritmo mismo del lenguaje no va con ninguno de los dos genios, aunque Lope solía escribir a menudo descuidadamente mientras saltaba de lecho en lecho.

La obrita merece citarse además porque habla de una peste que todos, quien más, quien menos, ha sentido alguna vez. Por denominarla genéricamente: la peste de los majaderos. Así algunos ingresan al hospital porque no pueden sufrir los malos poetas; quienes por tirria patológica a los avaros; quien por no poder aceptar, que una hermosa dama se case con un calvo; quien por no soportar los grandes apéndices nasales…

Y, de muestra un fragmento —que me he permitido “traducir ortográficamente” a nuestro actual castellano:

Rector.— Era tanta la pudrición que había en este lugar que corría gran peligro de engendrarse una peste, que muriera más gentes que el año de las landres[1] y así han acordado en la República, por vía del buen gobierno, de fundar un hospital para que se cure los heridos de esta enfermedad o pestilencia y a mí me han hecho rector.

Leiva.— Después que hay galeras para las mujeres y hospital para los que se pudren, anda más concertado el lugar que un reloj.

ESPECTROS

Una peste que asoló la humanidad y atacó a miles, entre ellos a muchos artistas, fue la sífilis. Ibsen la hace la materia central de su obra Espectros. El gran dramaturgo noruego, acosado por la censura, no menciona la palabra que denomina esta peste. Sólo se permite usar una expresión eufemística: “vermoulu”, carcomido, en francés. Véase el fragmento con la confesión de Osvaldo, el protagonista, a su madre:

Acto II

Oswaldo.— Era uno de los primeros médicos de allí. Hube de puntualizarle cuanto sentía, y entonces empezó a hacerme una porción de preguntas que, a mi juicio, no tenían nada que ver con mi estado. No comprendía dónde quería ir a parar con aquello.

Señora Alving.— Continúa.

Oswaldo.— Terminó por decirme. “Tiene usted algo vermoulu desde su nacimiento”. Es la palabra francesa que empleó.

Señora Alving.— (Ansiosa) ¿Qué querría decir con eso?

Oswaldo.— Yo tampoco lo entendí, y le rogué que me lo aclarará con mayor detalle. Al cabo, el viejo cínico me dijo… (Cerrando el puño.) ¡Oh!

Señora Alving.— ¿Qué te dijo?

Oswaldo.— Dijo: “Los hijos pagan los pecados de los padres.”

CRÓNICAS MARCIANAS

—¿De qué murieron? —preguntó Spencer acercándose.

—No lo creerá usted.

—Diga ¿qué los mató?

—La varicela —dijo Hathaway.

—¡Dios mío, no!

—Sí. Lo he comprobado. La varicela. Atacó a los marcianos como nunca ha atacado a los terrestres. Supongo que tenían otro metabolismo. Los quemó hasta ennegrecerlos, y los secó hasta transformarlos en copos quebradizos…

(…)

         Spencer se volvió y sentándose junto al fuego miró largo rato el movimiento de las llamas ¡Varicela! Señor ¡parecía increíble! Una raza se desarrolla durante un millón de años, se civiliza, levanta ciudades como esas de ahí, hace todo lo que puede por ennoblecerse y embellecerse y luego muere. Parte de esa raza muere lentamente, dentro del ciclo de su propia existencia, con dignidad ¡Pero el resto! ¿Ha muerto el resto de los marcianos de una enfermedad de nombre adecuado o de un nombre terrorífico o de un nombre majestuoso? ¡No, por todos los santos, no! ¡Tenía que ser varicela, una enfermedad infantil, una enfermedad que en la tierra no mata ni a los niños! No, eso no está bien, no es justo ¡Es como decir que los griegos murieron de paperas, o de los orgullosos romanos, de pie de atleta en sus hermosas colinas! ¡Si por lo menos les hubiéramos dado tiempo de preparar sus mortajas, de tenderse, de arreglarse, de encontrar alguna otra razón para morir…! ¡No esta sucia y estúpida varicela! ¡No concuerda con esta arquitectura, no concuerda con todo este mundo!

SORDA LA SIEN DEL QUE AQUÍ RESPIRÓ

Sergio Mansilla

Cuando niño alcancé aún a conocer algunas cruces solitarias en medio de los campos de Changüitad y Curaco de Vélez. Dicen que antes hubo una peste de viruela, y que la gente dormía en los corrales de las ovejas para no contagiarse. Y a los muertos de viruela sus familiares los enterraban solos en el campo, porque estaban prohibidos los funerales y nadie ayudaba ni acompañaba, y todos se apartaban de la familia del muerto.

Sorda la sien del que aquí respiró, cana la cabeza

atravesada por la luz de las lejanías.

Se averiguó que el pie fue ligero; se supo

que el aliento jugó a volar. Y se quebró

el costado cuando

la noticia cruzó los umbrales: “¡Llegó el barco

de los encadenados!”

Faltó Vía Láctea para tanta enfermedad:

no juntarse con nadie, no

hablar con nadie; ni una pupila

podrás prestar al vecino ciego que se lamenta.

La enfermedad entró

con el aire. “¡Sálvese quien pueda!”, gritaron

los caminos. Tú eres aún joven: ¡vete al establo

y duerme bajo la panza de los carneros! Yo,

viejo de la más vieja demencia,

me entregaré a la carnicería: ¡enterradme lejos

y que se olvide el mundo!

LA PESTE

         (…)

         Sin duda, nada es más natural hoy día que ver a las gentes trabajar de la mañana a la noche y en seguida elegir, entre el café, el juego y la charla, el modo de perder el tiempo que les queda por vivir.

         (…)

         Aquella misma tarde Bernard Rieux estaba en el pasillo del inmueble, buscando sus llaves antes de subir a su piso, cuando vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelo mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí mismo lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto. El doctor lo contempló un momento y subió a su casa.

         (…)

         Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las valijas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir a una ciudad dichosa.

BIBLIOGRAFÍA

Anónimo siglo XIV. 2019. En Matamala, R. Clásicos sinvergüenzas. Valdivia: Ediciones de la Universidad Austral de Chile.

Anónimo. El hospital de los podridos. Edición facsimilar. http://www.cervantesvirtual.com/obra/entremes-famoso-del-hospital-de-los-podridos–0/

Boccaccio, Giovanni. 2016. Decamerón. Madrid: Alianza editorial.

Bradbury, R., 1993. Crónicas marcianas. Barcelona: Minotauro.

Bueno D., María Luisa. Espacios de Vida y Muerte en la Edad Media, pág. 420

Camus, A. 2018. La peste. Santiagoi de Chile: Debolsillo

Delumeau, Jean; El Miedo en Occidente, pág. 178

De Piazza, Michele; Historia secula anno 1337 ad annum 1361; en Duby, Georges; Europa en la Edad Media, Página 160

Guerra, Francisco. Origen de las epidemias en la conquista de América. https://revistas.ucm.es/index.php/QUCE/article/download/QUCE8888110043A/1734

Haindl U., Ana Luisa. La peste negra. http://edadmedia.cl/wordpress/wp-content/uploads/2011/04/LaPesteNegra.pdf

Homero. 1982. Ilíada. Madrid: Editorial Gredos S.A.

Ibsen, Henrik. 1959. Teatro Completo. Madrid: Aguilar.

Mansilla T., Sergio. 2005. Cauquil. Santiago: Cuarto Propio.

Moisés. Santa Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento. De mi madre, que me la legó, con la remota esperanza que me fuera de provecho, siguiera sus principios y fuera un buen hombre. MCMLVIII. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. Páginas 80 y 84.

Shakespeare, William. 1951. Obras Completas. Madrid: Aguilar S.A.

Sófocles. Edipo Rey. Versión propia en hexámetros yámbicos. De Trágicos Griegos. Esquilo, Sófocles y Eurípides. 1978.Traducción del griego, preámbulos y notas por De Andrés Castellanos et all. Madrid: Aguilar.

https://es.wikipedia.org/wiki/Epidemia_de_baile_de_1518

[1] RAE.1992. Landra o landre. (Del lat.vulg.glando -dinis,bellota.) Tumor del tamaño de una bellota que se forma en las partes glandulosas del cuerpo, como el cuello, los sobacos y las ingles. | 3. Ant. Peste levantina| malalandre te coma o te mate. Fr. Que expresa desprecio, apartamiento, malos deseos, etc. Para la persona a quien se dirige.

LOS CIEGOS

SER CIEGO

Salgo a nuestro pequeño jardín. Una rosa amarilla despliega su belleza al sol primaveral y pareciera que la misma estrella se vuelve vegetal para nuestro regocijo. Hay un algo sin embargo que me abruma en el mismo instante: al menos uno de mis compatriotas, un joven, no podrá disfrutar la vista del sol en el jardín y centenares de otros verán —literalmente— mutilada su capacidad de ver en plenitud. Seguir leyendo

EL AMOR Y LA POLÍTICA

Hay una palabra tabú en la política. Esa palabra es Amor. Un parlamentario, un líder, un dirigente que apelara al Amor para su acción política sería cuando menos burlonamente visto. Pues yo no temo al Amor.

         “Yo sospecho que, merced a causas desconocidas, la morada íntima de los españoles fue tomada tiempo hace por el odio, que permanece allí artillado, moviendo guerra al mundo. Ahora bien: el odio es un afecto que conduce a la aniquilación de los valores. Cuando odiamos algo, pone un fiero resorte de acero que impide la fusión, siquiera transitoria, de la cosa con nuestro espíritu. Solo existe para nosotros aquel punto de ella donde nuestro resorte de odio se fija; todo lo demás, o nos es desconocido, o lo vamos olvidando, haciéndolo ajeno a nosotros. Cada instante va siendo el objeto menos, va consumiéndose, perdiendo valor. De esta suerte se ha convertido para el español el universo en una cosa rígida, seca, sórdida y desierta. Y cruzan nuestras almas por la vida, haciéndole una agria mueca, suspicaces y fugitivas como largos canes hambrientos. Entre las páginas simbólicas de toda una edad española, habrá siempre que incluir aquellas tremendas donde Mateo Alemán dibuja la alegoría del Descontento.

Por el contrario, el amor nos liga a las cosas, aun cuando sea pasajeramente. Pregúntese el lector, ¿qué carácter nuevo sobreviene a una cosa cuando se vierte sobre ella la calidad de amada? ¿Qué es lo que sentimos cuando amamos a una mujer, cuando amamos la ciencia, cuando amamos la patria? Y antes que otra nota hallaremos esta: aquello que decimos amar se nos presenta como algo imprescindible. Lo amado es, por lo pronto, lo que nos parece imprescindible. ¡Imprescindible! Es decir, que no podemos vivir sin ello, que no podemos admitir una vida donde nosotros existiéramos y lo amado no, que lo consideramos como una parte de nosotros mismos. Hay, por consiguiente, en el amor una ampliación de la individualidad que absorbe otras cosas dentro de esta, que las funde con nosotros. Tal ligamen y compenetración nos hace internarnos profundamente en las propiedades de lo amado. Lo vemos entero, se nos revela en todo su valor. Entonces advertimos que lo amado es, a su vez, parte de otra cosa, que necesita de ella, que está ligado a ella. Imprescindible para lo amado, se hace también imprescindible para nosotros. De este modo va ligando el amor cosa y cosa y todo a nosotros, en firme estructura esencial. Amor es un divino arquitecto que bajó al mundo según Platón, «a fin de que todo en el universo viva en conexión». Yo desconfío del amor de un hombre a su amigo o a su bandera cuando no le veo esforzarse en comprender al enemigo o a la bandera hostil”.

¿No les suena familiar esa apelación a los españoles de la alborada del siglo pasado, escrita por el gran Ortega y Gasset en 1917 en la introducción a las Meditaciones del Quijote, que llamó “Al lector…”? Y me permití alargar la cita, pues a mí me hizo pleno sentido cuando las enlacé con otra idea, mucho más cercana a nosotros, puesta por Humberto Maturana y Francisco Varela en su libro El árbol del conocimientoas bases biológicas del entendimiento humano: para obtener un ser humano basta con el amor y un poco de leche materna. Parece oírse la voz dulce de Antígona traspasando 25 siglos: “Nací para amar. Yo no comparto el odio”.

Justamente ese es el problema político más crucial que enfrenta la humanidad y que, en este laboratorio experimental de las teorías políticas y socioeconómicas de la segunda mitad del siglo XX (socialdemocracia, socialismo, neoliberalismo extremo), en que ha devenido Chile, ha terminado por formar una nación de egoístas, carentes de Amor hacia el prójimo, el que debe ser, no el próximo, ese del egoísmo a dos a tres o a unos cuantos. No. Sino aquel “Pedro el fogonero a quien no conozco pero que es más hermano mío que mi hermano”, en palabras de Neruda. Y aún más. Amor al otro, al distinto, al de las antípodas de cualquier clase que estas antípodas sean.

El haber olvidado esto —especialmente nuestros gobernantes, pero aquí nadie puede arrojar la primera piedra, sino quizás algunos santos, escasísimos entre nosotros— ha traído funestas consecuencias.

La quizás más visible, entre aquellos que nos consideramos” gente de bien”, ha sido el llamado vandalismo. Aquellas hordas de jóvenes, algunos de ellos casi niños, que han destruido, movilizados de un ardiente propósito, literalmente a menudo, bienes de uso público. El más dramáticamente afectado es el ferrocarril metropolitano, que favorece particularmente a capas medias y bajas de la población. El oficinista, el profesor que va a su liceo o empresa; el obrero o la empleada doméstica que cruza la segregada ciudad para ir a trabajar a los barrios de la “otra gente” y donde ellos son “los otros”, forman parte ejemplar de esos perjudicados.

Debo aclarar que me he formado una idea bastante acabada que los faltos de Amor somos todos. El sistema mismo está armado para que no nos amemos. Y, justamente, haber erradicado el Amor de la discusión pública relegándole a una especie de insumo de las crónicas rosas no es casual. Ese  “amor” —que no el Amor—es la materia de la cual se alimenta La ventanita sentimental del Dr. Cariño, las múltiples páginas sentimentaloides dedicadas a hablar del erotismo (por público, impúdico) de aquellos ídolos de un día levantados por la llamada “farándula televisiva”. Y ese amor se imprime en nuestros espíritus (cerca, muy cerca también de las “24 horas de amor”, la trescientas sesentaicincoava parte de un año dedicada al amor) como sucedáneo del verdadero Amor, tal esos sucedáneos del café, hechos de quien sabe qué diablos, que terminan siendo aceptados y degustados como verdadero café.

Volvamos a “los vándalos” ¿Cómo es la vida de un “vándalo”? o, lo que es casi lo mismo ¿qué quiere un “vándalo” hacer con su vida? Ha aprendido y lo sabe muy de verdad, lo sabe como una verdad existencial, que él nada tiene y que, salvo seguir el camino de la delincuencia, nada tendrá. Y, que otros hay, que todo tienen. Que aquello del mérito es un cuento chino. Que aquel capital cultural que le permitiría quizás, tan solo quizás, cambiar su vida, está tan lejos de su alcance como un viaje a la luna. Que aquello del esfuerzo personal es palpablemente otro engaño, puesto que se deslomaron su padre y su madre y su abuelo y su abuela y las incontables generaciones de pobres que le antecedieron. Y, lo más terrible, que no es amado por nadie. Porque su padre ni su madre fueron nunca enseñados en el amar, que es un algo como peste contagiosa que se aprende en el día a día de todos los días. Y si alguna vez un atisbo tuvieron, las miserias de la vida terminaron por arrasárselo del pecho.

         No hay quien mire

         ni quien escuche

         ni quien responda.

         Y quiero que sepan Uds.

         que la’ pregunta’ to’as

         mastican polvo y sacan boas.

         Sólo me queda entonces un abismo

                                      un negro

                                      un silencio

                                      un filo mismo.[1]

Y si se quiere ejemplificar con algún joven perteneciente a aquellas familias que han salido de la pobreza extrema ¿qué ha recibido aquel de sus padres? Lo más probable, el abandono por las largas jornadas en que ellos se mataron trabajando con mínima recompensa otorgada por el inmisericorde y todopoderoso mercado para darle una instrucción escolar que les permitiera salir de esa calidad ¿Cómo podían esos extenuados darle amor en los escasos metros cuadrados de esa casa propia que terminaran de pagar no se sabe cuándo?

El sistema ha sacado a millones de la pobreza, claman sus panegiristas ¿Y de la miseria espiritual a cuántos ha sacado? Dicen que no hay amor posible en la misera. Pues sostengo, aunque parezca monstruoso, que había infinitamente más Amor al prójimo en las tomas poblacionales de los tiempos de dictadura, con sus ollas comunes, que en los barrios dominados por los narcos del exitoso modelo actual y sus plasmas de muchas pulgadas.


[1] Verónica Zondek. Nomeolvides: flores para nombrar la ignominia. 2014. Santiago de Chile: LOM.

EL OTRO

Queridas compañeras, queridos compañeros, amigas, amigos:

Una rebelde bronquitis, que ha agudizado mi crónica obstrucción pulmonar, más el efecto que, por este mismo motivo, tienen en mis pulmones los gases lacrimógenos, me han alejado de ustedes estos convulsos, aunque esperanzadores, días.

Soy entre nosotros, el que más años ha vivido. El único, creo, que vivió como adulto, el gobierno popular y el inicio trágico de la dictadura. No soy de aquellos que piensa que, per se, es este un plus, sino que sencillamente es probable que haya experimentado personalmente acontecimientos históricos que los demás conocen nada más que por relatos de diverso tipo. Quiero que traten de imaginar los vívidos y penosos recuerdos que la violencia (de y), el ver militares en la calle, el estado de excepción y el toque de queda reviven en mi espíritu.

Ante esta situación, creo que hay algunos principios que debemos a toda costa y con todo nuestro esfuerzo rescatar. Principios que de éticos se convierten en políticos.

El primero parece sencillo. No estoy seguro que los sea. De hecho, no lo es en absoluto para la sociedad que vivimos: la persona humana ante todo.

Sin olvidar que este ser humano, que cada uno de nosotros, vive “aquí”, vive ineluctablemente su circunstancia. Y, esto tiene, como consecuencia inmediata, un remezón a las bases del sistema neoliberal, sin duda inhumano, al poner el destino de la persona y la sociedad en las ciegas decisiones de un inmisericorde mercado.

No hay que ser un analista político para entender que, en nuestra actual situación, hay dos caminos posibles. El uno, se bifurca a la vez en una dictadura totalitaria pinochetista, cual la que conocimos o como la actual de Bolsonaro; el otro, que parece distinto, pero es lo mismo, una dictadura del tipo chavista. Y sabemos que hay quienes gustan de estas opciones.

El segundo camino, que es a su vez el segundo principio ético, es buscar la fórmula para que la voz de aquello tan difuso, pero que sabemos muy bien lo que es y que llamamos pueblo —apartando toda connotación populista— tenga la posibilidad de expresarse. Serán los espíritus razonantes, como dice Lyotard, los que buscarán —en un campo ético inmaculado, porque el crítico momento así lo exige— las posibilidades metodológicas de su concreción política, sean estos asambleas, cabildos o cualquier otra forma de expresión del ágora del siglo XXI.

Esto requiere un enorme coraje. Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit: Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro, escribió hace más de 2000 años mi admirado Plauto.

El otro.

 L´enfer c’est les autres, escribió Sartre. El infierno son los otros. Sí. Pero, este infierno corresponde a nuestra libertad y, en consecuencia, responsabilidad con los otros, que puede llegar a ser una penosa y, quizás por lo mismo, hermosa, santa, tarea. Y nos enseñó nuestro —repito, nuestro— Fernando Oyarzún, que allá en el encuentro con el otro está nuestra salud, nuestra felicidad, nuestro cielo. Existencialismo y fenomenología cara a cara; o, mejor dicho, hombro con hombro, diciendo no al egoísmo, sí al altruismo.

Abramos, hoy más que nunca, nuestras mentes y nuestros corazones a los otros. Tengamos comprensión, no en la medida sino, más allá de lo posible. Más allá de nuestras ideas y creencias. Tengamos más empatía, cuanto menos empático nos parezca nuestro adversario. Acerquémonos con las manos extendidas y desarmadas. Cuidemos no tan solo nuestras acciones, sino nuestro lenguaje. Al insulto, la razón. A la incoherencia, el poderosos pensamiento. A la intolerancia, la comprensión. Al odio, el amor. Porque, como dijo Marco Aurelio, el emperador sabio: “Si quieres ganar, no te parezcas a ellos.”

Chile fue convertido en una especie de laboratorio sociopolítico; la avanzada mundial de las luchas por el poder en la segunda mitad del siglo XX; aquí se probaron las nuevas fórmulas de la sociedad por venir: la revolución en libertad, la vía pacífica al socialismo, el totalitarismo, el neo liberalismo. Ahora tenemos una oportunidad única: construir una sociedad a la medida de lo humano. Cuya fuente, fin y medio sea la persona humana. Y a lo humano se subordine todo diagnóstico, toda fuerza, toda iniciativa, toda medida.

La tarea es enorme. Sí, lo es. Y, como un imperativo categórico, no podemos restarnos a ella. Este momento tiene, para Chile, sólo equivalencia con la caída de la dictadura. En cada una de nuestras manos y en ninguna en particular se encuentra el futuro. Cada uno será responsable de esa historia que será.

Escuchemos más que lo que hablemos y enarbolemos, en consecuencia, nuevamente una consigna, quizás ahora afirmando: digamos sí a la persona humana, digamos sí a toda y cada persona, más allá de su raza, de su sexo, de su género, de sus ideas, de su origen, de su edad, de su religión, de su posición o partido político.

Digamos sí a la humana sociedad y a cada uno y todos sus miembros.

URBE ET UBRE

Se ha equivocado el cronista o los duendes del diario han metido su traviesa mano: “La expresión correcta es urbi et orbi”, dirá usted. Pues, no paciente señora, señor, los duendes no han metido mano y el cronista ha querido escribir lo que se lee: urbe et ubre.

¿Pero a propósito de qué este juego de palabras? Ruego un poco de paciencia y léase lo que a continuación exponemos. Seguir leyendo

DEL HUMOR Y DEL HORROR

La foto en que posan seis varones maduros mostrando sus amplias y satisfechas sonrisas en torno a una figura en plástico de una mujer con una vagina intensamente roja y, quizás lo peor, con la boca tapada por un mensaje, se reprodujo en medios de comunicación de todo el mundo. Era una envenenada ocurrencia del presidente de Asexma y su equipo creativo que querían representar con humor determinada faceta del acontecer económico.

El humor es un arma feroz. Está preñado de contenido simbólico. Seguir leyendo