SER CIEGO
Salgo a nuestro pequeño jardín. Una rosa amarilla despliega su belleza al sol primaveral y pareciera que la misma estrella se vuelve vegetal para nuestro regocijo. Hay un algo sin embargo que me abruma en el mismo instante: al menos uno de mis compatriotas, un joven, no podrá disfrutar la vista del sol en el jardín y centenares de otros verán —literalmente— mutilada su capacidad de ver en plenitud. Seguir leyendo