CREERSE EL CUENTO

Ha llegado carta, era el ritornello de un antiguo juego de salón. Ha llegado libro, debo parafrasear. Se trata de Cuentos “Pícaros” y  Otros de Eloy del autor valdiviano Carlos Zúñiga, que en alas de correo postal, el de antes, leve voló hasta mi oficina.

Hay pintura naïf. El aduanero Rousseau y la abuela Moses son sus representantes más conocidos. Hay también literatura naïf, ingenua y, por la misma razón, necesaria. El escritor naïf no guarda como Lope “los preceptos bajo siete llaves”, porque los preceptos lo tienen sin cuidado. Lo que quiere es contar con sencillez historias cotidianas. Cuando el naïf se imagina a sí mismo como un gran escritor engola la voz y se vuelve ridículo. No es el caso de nuestro autor. Carlos Zúñiga escribe historias mínimas, divertidas, chascarrientas y, de pronto, sin siquiera intentarlo, logra un patetismo delicado, como el que se siente ante la muerte necesaria.

Estos relatos están cercanos a la oralitura. Al cuento en torno al fogón o la estufa a leña, mientras en el invierno valdiviano la lluvia y el viento hacen su sinfonía por los tejados. También se emparentan con el cuento que el abuelo, la madre, el padre, la abuela cuentan al pequeño niño que se está durmiendo. Todos los que lo hemos hecho sabemos de la enorme satisfacción y comunión que se producen en estos mágicos y cotidianos momentos. Los cuentos de siempre, simples y sencillos, de autor consagrado o anónimo, se habían batido en retirada empujados por la omnipresente televisión. Podemos constatar con satisfacción que están volviendo. Él y la cuenta cuentos tienen hoy un lugar en el arte de todo el mundo. Desde el contador que simplemente se para ante una audiencia y cuenta, hasta el Lamba Lamba  —teatrillo íntimo para un solo espectador, de origen brasileño— pasando por el poético kamishibai japonés, por el títere de la parvularia, que fascina con su magia a los pequeños en el jardín y tantas otras formas del relato en vivo; cuento de la voz viva, cercana, con esa maravilla de la lengua, de todas las lenguas del mundo haciendo humanidad. Porque como humanos necesitamos que nos cuenten historias, cuanto mejor si son nuestras.

Leamos nuestros cuentos. Contemos nuestros cuentos. Son parte esencial de nuestra cultura. Seamos enteros valdivianos. Y creámonos el cuento.

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