POESÍA E HISTORIA: HASTA SIEMPRE RIVANO, RADRIGÁN Y WOLFF

El teatro es un momento en el tiempo, único e imposible de repetir. Es un hecho efímero en que un grupo de personas que pretenden no ser ellos sino otros, se ponen cara a un otro grupo, llamado espectadores, en un ambiente en que –en palabras de Ortega y Gasset— “lo irreal cubre lo real, haciendo lo irreal, real”. Madera, cartón y pintura son el castillo de Elsinor; Tito Noguera es Hamlet. Y, frente a ellos, está este otro grupo, normalmente mayor en número, que se deja “farsear”, se deja engañar, simulando creer en el juego de lo irreal vuelto real. Terminado el momento, actores y espectadores vuelven a la realidad, a la suprema realidad y si el propósito final del teatro se ha cumplido, vuelven diferentes, vuelven otros, en una u otra forma, en mayor o menor medida. El hecho teatral paga su intenso fuego con la fugacidad de su llama ¿Nada permanece? Del teatro mismo, nada. De todos los múltiples elementos que lo constituyen, solo quedan las palabras escritas que los actores convirtieron en sonidos fónicos y que apenas emitidas y oídas por los espectadores desaparecieron con el aliento mismo que las proyectó en el espacio sonoro.

Las palabras escritas quedan. Nada sabemos de los cincuenta coristas, un corifeo, tres actores y las miles de personas que constituyeron el hecho teatral llamado la tragedia de Edipo Rey, en el marco de las grandes dionisíacas urbanas del año 425 a.C. Nos queda solo un elemento de todo aquello: las palabras escritas por Sófocles ese mismo año. Esas palabras que, como ningunas, exploran la profundidad de la atormentada alma del hombre de ayer, hoy y mañana: del siempre hombre.

Los dramaturgos, los que escriben para el teatro, son en mi opinión los artistas que mejor revelan la sociedad que les ha correspondido vivir: cuentan historias, como los narradores; usan las palabras como las usan los poetas.

Tres dramaturgos  nos han dejado este año. Sus palabras permanecerán inmutables, dando cuenta de los turbulentos días del Chile de la segunda mitad del siglo XX. Los diálogos de Los invasores,  Te llamabas Rosicler, Hechos consumados y tantas otras obras, contarán mejor que nadie las alegrías y pesares de la historia de las personas, la que realmente vale.

Egon Wolff, Luis Rivano y Juan Radrigán nos han dejado su poesía dramática para siempre.

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